He
abierto este papel y he tomado este lápiz para escribirte; necesito desahogar
los nudos de mis sentimientos y escupir los resentimientos que me hacen odiar
cada trozo de la imperfecta perfección de eso que tú tan dulcemente llamas
“amor”.
No eres
del todo culpable, pero tu insistente constancia por aprisionarme en sólo tus
colores, te hace responsable de cada palabra que escupo en contra de la
desdichada felicidad de amar.
Tus
cualidades no han sabido mentirme, no han podido engañarme, y desfilan para mí
cada vez que intento odiarte. Cada vez que quiero odiarte por enseñarme a
odiar, cada vez termino amando los detalles de tu boca…
Es
imposible desear tu desdicha. Es imposible querer verte sumida en la peor de
las depresiones, llorando cada recuerdo mío y envuelta en tu propia soledad.
Tragándote tus propios perfumes, despreciando las palabras tuyas que me dijeron
“no”. Es imposible.
Deseo
en verdad, que este papel fuera tu piel, y mis manos fueran este lápiz
escribiendo sobre ti los versos agónicos que noche a noche te piensan. Deseo
que me escuches: tus razones arrójalas al vacío, olvídate de pensar y empieza a
sentir; olvídate de mirar y empieza a amar.
Es
irónico, odio al amor, porque me ha enseñado lo que es la soledad, las penas y
la desdicha. Pero deseo que me ames, para poder olvidar esa soledad y darte
felicidad.
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